La frase es de Mauricio Funes, candidato a la presidencia por el FMLN.
Siempre me parece fascinante cómo una institución o un sector o un grupo social hasta entonces estigmatizado por una corriente política es súbitamente reinvindicado por una frase durante una campaña.
Según una nota de publicada el martes, 19 de agosto, en Diario Co Latino, Funes se compromete a fortalecer rol constitucional de F.A.: «Una de las prioridades del gobierno del FMLN, aseguró Funes, será “el promover y fortalecer el rol constitucional de la Fuerza Armada en función de la consolidación de la gobernabilidad democrática”». Así mismo, «es necesario trabajar por garantizar una mejor condición de vida para el personal de tropa y oficiales de cuarteles, “fortalecer el sistema previsional, así como mejorar el funcionamiento del Hospital Militar y la pensión a los lisiados de guerra, nada de eso ha hecho este gobierno, amigos compañeros militares”, agregó el candidato presidencial del partido de izquierda.»
Así que después de un odio histórico por parte del FMLN contra la Fuerza Armada, bastante razonable en mi opinión, Funes ahora promete fortalecer a la institución militar.
A pesar de esta declaración tan contundente del nuevo líder del partido de oposición, Rodrigo Ávila, en un campo pagado públicado este día en El Diario de Hoy, afirma su «compromiso y total apoyo a la gloriosa Fuerza Armada, cuyos héroes conforman la reserva estratégica y moral de la sociedad salvadoreña.» Ávila escribe esto no en reacción a las declaraciones de Funes sino para contradecir el objetivo No. 2 de los Estatutos del FMLN, el cual indica que la sociedad civil se fortalecerá con «el desmontaje del militarismo en el país», lo cual contribuiría a «despejar el camino de la democracia y modernizar a la sociedad salvadoreña».
Bueno, aquí Ávila se equivoca. Porque fortalecer la institucionalidad de la Fuerza Armada y desmontar el militarismo no son acciones que se excluyen mutuamente, no hay contradicción si se hacen ambas cosas simultáneamente. El militarismo es una aberración histórica: permitir que un ejército y una mentalidad guerrerista impere sobre la sociedad, y aún peor, que sus estructuras de poder se impongan sobre la vida civil. Nuestra constitución actual coloca a la Fuerza Armada al servicio de la sociedad y no al revés, y pone a un civil (el presidente de la República) el mando de la institución castrense. La sociedad salvadoreña ha sido desmilitarizada, estructuralmente. Pero entonces, ¿por qué aún gastamos 115 millones de dólares al año en el ejército? ¿Quiénes son nuestros enemigos que nos hace mantener ese grado de defensa nacional?
Desde la firma del Acuerdo de Paz de 1992, El Salvador ha necesitado de las Fuerzas Armadas por tres razones, principalmente: 1) Para responder a emergencias ocasionadas por desastres naturales y, por ende, para proteger al territorio nacional de un flanco temporal de vulnerabilidad; 2) Para acompañar a los Estados Unidos en el establecimiento de la paz en Irak, y, por ende, para consolidar la posición nacional como amigo estratégico de la nación más poderosa de Occidente (hay beneficios evidentes en canjes políticos: el TPS, ayuda económica y técnica a programas de seguridad, etc.); y 3) Para proteger las fronteras de mar y aire de las incursiones piratas y de tráfico de narcóticos, para lo cual el papel de la Fuerza Armada sí es crucial a mi manera de ver, sobre todo en vista del desarrollo del Puerto La Unión. Pero nada de esto apunta a que necesitamos una Fuerza Armada más grande, sólo una más eficaz y más actualizada tecnológicamente.
Sin embargo, los compromisos de apoyo a la Fuerza Armada por parte de los candidatos de Arena y del FMLN nos dicen que ambos —y uno de los dos ganará la presidencia— prometen invertir aún más en la defensa nacional. ¿Por qué? Ninguno de los dos nos lo ha explicado. Hay que preguntar. Por ejemplo, ¿por qué necesitamos invertir más de lo que se invierte actualmente en el sistema de salud militar? ¿Acaso esperamos nuevos lisiados de guerra?
jueves, agosto 21, 2008
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2 comentarios:
Buen post, Álvaro.
Gracias, pero no me llamo Álvaro. Mi apellido es Solavá, pero al revés.
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