lunes, septiembre 15, 2008

Un puerto

Esta fotografía muestra el malecón de Puerto Ávalos en Jiquilisco. Abandonado, semidestruido, olvidado. Cuando era niño jugué allí, en ese malecón. En ese entonces el puerto bullía de vida y las coloridas lanchas de los pescadores locales salían y llegaban a lo largo del día. Supongo que había tanta pobreza entonces como ahora, pero esa pobreza era una ausencia de riqueza todavía pendiente, no la marginalidad impuesta por la guerra y un bloqueo deliverado a las oportunidades de desarrollo.

Ese puerto lo construyó mi abuelo hace mucho tiempo, antes incluso que naciera mi padre, que ahora tiene 75 años. Mi abuelo tenía una salina y necesitaba un muelle para mover su producto. Mi padre trabajó allí como contador en su adolescencia, antes de obtener la beca que le permitiría cumplir su sueño de estudiar en San Salvador, donde eventualmente se convertiría en el primer residente en pediatría del país, dirigiría la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional y modernizaría el Hospital de Niños Benjamín Bloom sacándolo del círculo vicioso de los hospitales pobres que circundan al Rosales para llevarlo donde está ahora y darle la dignidad que merece la atención a los niños. Cuento esto porque hay que decir algo sobre lo que significa tener una visión y lo que significa hacerla realidad.

Jiquilisco es el segundo municipio más poblado de El Salvador. Hay una enorme comunidad de pescadores en su bahía y la mayoría se muere de hambre, literalmente. Una de las cosas que mi padre introdujo al país, como primer médico especializado en nutriología (junto a él, el otro era el doctor Guillermo Guillén Álvarez), fueron las metodologías para detener el hambre y revertir los efectos de la malnutrición. En esa capacidad, durante las décadas de los 60, 70 y 80, desde el Hospital Bloom, mi padre salvó más vidas humanas de las que yo podría contar. ¿Dónde está ahora la capacidad para replicar algo bien hecho?

Volviendo al tema del puerto, ahí están los pescadores muertos de hambre y ahí están sus hijos, los niños curileros entrando y saliendo de los pantanos como espectros de la más abyecta miseria. Hubo un tiempo en que la visión de un hombre dejaba detrás un legado. He ahí la torre del Hospital Bloom. Y he ahí, todavía, el puerto que mi abuelo construyó. Lo construyó para apoyar su negocio, pero nada previno ponerlo al servicio de la comunidad del cantón que creció a su alrededor, ahora llamado el Cantón Puerto Ávalos.

Muchos de los pobladores originales, incluyendo los comerciantes que compraron el negocio de mi abuelo (él murió en 1975), abandonaron el área durante la guerra. Ahora hay otros pobladores, pero sin la historia cultural ni las redes sociales que caracterizan a una comunidad pujante. Nadie quiere invertir en una comunidad pobre porque, al parecer, ya no vemos a las personas como recurso económico, como capital humano. Sólo vemos la pobreza, sólo vemos el agujero de la necesidad. En el 2005, Puerto Ávalos fue devastado por el hambre porque no había nada que pescar, la vida marina fue intoxicada por una tenaz marea roja. El Programa Mundial de Alimentos intervino y regaló alimentos. En el 2007 el gobierno tuvo que intervenir para oficializar los lotes y viviendas de la población; con una inversión de 46 mil dólares se midieron los lotes y se escrituraron.

Hoy supe que la Cooperación Española invertirá para reconstruir y reactivar el muelle de Puerto Ávalos “para que los pescadores de la zona logren rentabilidad con sus productos y para atraer el turismo en la zona”, aunque advierten que estó se logrará si “se forma una cooperativa pesquera” —a esto llamo yo desarrollo condicionado. No importa. Lo importante es que una comunidad necesita un polo de desarrollo, y me consuela saber que esto se ha reconocido. Pero, ¿por qué se necesita que una agencia de cooperación nos lo diga para que lo consideremos siquiera? ¿De dónde cree la gente que salió ese puerto? Cuando mi abuelo lo construyó era un hombre pobre en una comunidad pobre, estaba recién casado y acababa de tener a su primer hijo. Era lógico que no podría venderle sal a sus vecinos pobres. Así que se paró en ese punto de la bahía y se dijo: ¿por qué no construimos un puerto para llevar la sal a otros lugares? La necesidad es la madre de la invención, como se solía decir.

No tengo nada contra la cooperación ni contra las intervenciones estatales, pero es obvio que hay que reparar algo mucho más grave: la pérdida de la visión. La visión que sólo una ambición personal puede hacer realidad. Esa ambición de hacer los sueños realidad. Hay muchísimo capital humano ahí en la Bahía de Jiquilisco. Hay una comunidad real ahí en Puerto Ávalos, una comunidad de pescadores. Y ni la cooperación internacional ni el Estado les darán una visión.

4 comentarios:

El-Visitador dijo...

Mis respetos a tu abuelo. Hermosa historia, gracias por compartirla.

Me recuerda a mi abuelo, campesino sin tierra, pero trabajador. Logró que todos sus hijos terminaran la secundaria, cosa que para él fué imposible. Dejó al mundo mejor de lo que lo encontró.

GioSV dijo...

Según me cuenta mi familia de esa zona. Puerto El Triunfo y sus alrededores era una zona muy pujante e importante para la economía del país allá por los 70’s. Buena parte de la producción pesquera se generaba ahí. Distaba muchísimo Jiquilisco de ser el Antiguo Cuscatlán de hoy, pero por lo menos el horizonte pintaba mejor porque era un municipio en crecimiento y no estancado como está ahora. Fueron dos cosas que arruinaron ese dinamismo según me cuentan, los sindicatos que se desperdigaban como enjambres en toda la Bahía y subsiguientemente la Guerra Civil que terminó de socavar la floreciente industria pesquera y en general toda la economía del Granero de la República.

Anónimo dijo...

«la Guerra Civil que terminó de socavar la floreciente industria pesquera y en general toda la economía del Granero de la República»

Casi nadie valora correctamente el plazo que se requiere para construir las experticias y los capitales necesarios para construir industrias.

Fijáte como la pesca es exitosa en El Salvador para una empresa con capital y saber-hacer español: fijáte en cambio en la industria pesquera nativa.

El "war tax" de la guerra costó el trauma de una generación, pero el impacto económico de dos... y seguimos contando.

¿Cómo estaríamos hoy económicamente si no hubiese habido guerra?

E-V

Anónimo dijo...

muchas grasias por contarnos esa historia yo soy de la colonia romero y no savia nada de lo que dises pero grasias por compartir esa bonita historia.